John se quedo paralizado. No, no era posible lo que veían sus ojos. Él lo había visto caer, volar y golpearse contra el suelo. Pero Sherlock estaba allí, frente a él, clavándole sus ojos azules, sus preciosos ojos azules.
No sabía como reaccionar, miles de sentimientos se arremolinaban en su cabeza. Recuerdos ya practicamente olvidados. Su primer encuentro, su primer caso, sus enfados, su protección y, su muerte.
Al recordar esto último un escalofrío le recorrió el cuerpo.Silencio. Decidió hacer lo primero que sus músculos le permitieron, y golpeó a Sherlock con fuerza, expresando todo el dolor que le había hecho sentir. Ahora sentía que había estado viviendo en una mentira. Pero se alegraba de verle y no pudo evitar abrazarle. Mientras una pequeña lágrima se deslizaba por su mejilla, tartamudeo:
-¿Por qué Sherlock? ¿Por qué?...Yo...Yo...Te he echado tanto de menos...No me vuelvas a hacer esto, por favor, no podría aguantarlo. Sherlock, te necesito...
-No John. Nunca más. Te lo prometo. Jamás te abandonaré. Siempre juntos...
Tras ello, Sherlock sujeto a John entre sus brazos, acercándole a su cuerpo. Fundiéndose en un abrazo.Podía notar su calor, su respiración. Eran uno solo. Le estaba protegiendo, como siempre hacía.
Silencio. Estubieron unos minutos sin decir nada, sin moverse. Tan solo escuchando el suave murmullo del viento sobre sus cabezas. Hasta que Sherlock le cogió suavemente de sus hombros y le separó, le miró dulcemente. Tenía los ojos llorosos, le había hecho sufrir, pero sabía que eso había sido necesario. pero aún así le dolía que hubiera sufrido por él, por su ida, por su abandono. Pero era lo correcto.
-John, sé que quieres respuestas. pero no aquí, no ahora. Acompáñame.
John no dejó que se lo repitiera dos veces. Tenía razón, necesitaba respuestas, y muchas. Este tiempo no había sido fácil para él, pero conocía a Sherlock. Siempre tenía que buscar el lugar adecuado para dar noticias. Le siguió silencioso, detrás suya. ¡Le había echado tanto de menos! Ahora que había sentido su pérdida sabía cuanto le apreciaba, y que no podía sobrevivir sin su compañía. Aún se sentía confundido. No podía creer lo que veía, no podía creer ver esa gabardina moviendose de nuevo a su lado, no podía creer ver esa bufanda bailando al son del viento, no podía creer ver a Sherlock de nuevo.
Pasaron por numerosos callejones, a cada uno mas frío y lúgubre. Las casas estaban derruidas, las ventanas rotas y caidas. Y las puertas comidas por los roedores. No concebía la posibilidad de que nadie vivierá en tan pésimas condiciones. Al fin Sherlock se paró en frente de una casa. Aquella calle era diferente a las demás. Las fachadas se elevaban a varios metros sobre sus cabezas, imponentes. Daban mayor sensación de lujo que las demás, aún así Baker Street le daba mil vueltas. John se acercó a Sherlock, el cual estaba parado frente a una puerta de madera, blanca. Reluciente. Tenía un curioso timbre de madera, que ha simple vista no se distinguía de la puerta, pero que Sherlock vio con facilidad. Llamó.
Al instante pudo oirse el ruido de unos pasos que se aproximaban a la puerta, y a continuación, el sonido de una cerradura abriendose.
John pudo distinguir en poco tiempo a la figura que les acababa de abrir la puerta. Pero tampoco podía creerselo. Antes de poder pronunciar palabra, Sherlock se adelantó a él.
-John, creo que podrá recordar a esta señorita de anteriores aventuras. Le vuelvo a presentar a la mujer, la señorita Irene Adler.
-Hola John. ¿Se acuerda de mi?
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